Desarrollar la propia identidad es una de las premisas de ser niño. La escuela puede darte conocimientos. La sociedad puede enseñarte lo que espera de ti. Sin embargo, una vez que hayas desarrollado tu identidad, nada ni nadie podrá decirte quién eres. Uno se descubre a sí mismo.
Cuando un niño construye su identidad en forma tradicional y corriente, rara vez llama la atención. Pero cuando en ocasiones niños, y niñas, desafían las normas y convenciones habituales, la sociedad trata de “corregirlos”.
Tal parece ser el centro de una controversia en Colorado, Estados Unidos, que involucra a una niña de primer grado, y sobre todo, a un baño.
La protagonista de este alboroto es una pequeña niña de seis años llamada Coy Mathis. Coy sabe que es una niña. Se viste como una. Sus documentos legales la reconocen como tal. Sus padres la aceptan como una niña. Incluso en el patio de la escuela no lograrías distinguirla de cualquiera de las otras niñas. Ocurre que Coy, social y legalmente, es una niña.
El problema es que Coy nació en el cuerpo de un varón, por lo que el distrito escolar no le permite utilizar el baño de las niñas. El Fondo para la Defensa Legal y la Educación Transgénero presentó una queja ante la División de Derechos Civiles de Colorado en nombre de Coy y de su familia.
Varias generaciones de personas que sufren esta disonancia entre la mente y el cuerpo han sido obligadas a esconderse, a mostrarse de otra forma, a vivir vidas vacías solo por ser diferentes. Pero el mundo parece ir hoy en otra dirección. Niños como Coy finalmente tienen la chance de evitar un destino infeliz y vivir dignamente, siempre con el apoyo adecuado.
El vicepresidente Joe Biden es desde hace tiempo un fuerte defensor de los derechos de personas LGBT (lesbianas, gay, bisexuales y transgénero), incluyéndolos en la lucha por los derechos civiles. Resulta extraño pensar en Coy como una pionera de estos derechos. Pero la historia nos muestra que subirse a un autobús, ir a una escuela o usar un baño como cualquier persona son actos de la lucha por obtener derechos. Lo lamentable es que no aprendamos de estas lecciones.
No creo que muchas personas se detengan a pensar que el momento más significativo de sus vidas ocurre apenas minutos después del parto. Es entonces cuando, a simple vista, el doctor o la enfermera dicen si ha nacido un niño o una niña. La proclamación, tan simple y tan obvia, tendrá efectos por el resto de nuestras vidas.
Me identifico con Coy porque hace casi 50 años me hice las mismas preguntas.
Pero en aquel entonces, no tuve palabras para expresar lo que sentía. Aprendí a vivir una mentira. Simular lo que no se es, esperando que las cosas se arreglen por sí solas, parece a veces lo más fácil. Pero las mentiras tienen consecuencias.
Es lamentable que la escuela de Coy no haya asimilado las lecciones que ya varios sectores de nuestra cultura reconocen: que el género de una persona va más allá de un órgano o de un cromosoma.
Varias compañías en Estados Unidos hoy reconocen los desafíos que enfrentan sus trabajadores transgénero y toman medidas para que obtengan sus beneficios sociales y seguros médicos. Varias organizaciones, como lasGirl Scouts, hoy aceptan jóvenes transgénero. Allí son tratadas según su identidad y no sus órganos.
Mujeres transgénero participan en concursos de belleza y han aparecido en la tapa de revistas como Vogue. Atletas, artistas y escritores transgénero han mostrado que hay un camino a la felicidad.
Sin embargo, nada de esto parece importarle a la escuela que le niega derechos a Coy y a los padres que demonizan a la niña y a su familia. Los argumentos a favor de que Coy sea tratada con dignidad muchas veces chocan contra oídos sordos. ¿Por qué? Porque el debate sobre el tema suele ser emocional antes que racional.
Cuando me sinceré con mi madre, a mis 40 años, tenía hijos, había estado casado con una mujer que amé durante 20 años y tenía una carrera exitosa. Nadie hubiera imaginado mi secreto, mi lucha.
Pero al final, una cita de André Gide, “es mejor ser odiado por lo que eres que amado por lo que no eres”, resonó de manera que me hizo ser la persona que siempre debí haber sido.
Hoy tengo una relación maravillosa con mi familia. Nunca me he sentido tan a gusto conmigo y con el mundo que me rodea. Aquellos que se apegan a un arcaico estereotipo y ven a las personas transgénero como tristes, solitarias, desviadas y extrañas, descubren cada vez más ejemplos de personas que crecen y alcanzan la felicidad cuando obtienen la fuerza, y la oportunidad, de ser auténticas.
Mi consejo para Coy y su familia es que mantengan el espíritu de la Plegaria de la Serenidad en su corazón. Que se amen el uno otro. Que sepan que este es un camino para lograr la felicidad y la plenitud. A los padres de Coy, Kathryn y Jeremy, les digo que hagan lo correcto por su hija pues de verdad harán una diferencia en su vida y la de otros. Y por último, que no olviden abrazarse todos los días.
Fuente: http://cnnespanol.cnn.com