Por Michael Fitzpatrick BBC Mundo Durante gran parte del mes de septiembre, después de un decepcionante verano, Tokio disfrutaba de temperaturas de más de 25 grados centígrados. Razón suficiente para correr a la playa en cualquier país, pero no aquí. Encontrar a un japonés en la playa desde el 1 de septiembre es casi tan raro como comer sushi con mantequilla. En general, las playas durante agosto están repletas. Paro este año hizo un frío insoportable a finales de agosto, por lo que podría haberse esperado que el regreso del calor y del sol en septiembre fuera recibido con gritos y chapuzones. Pero no. La costa permanece solitaria incluso los fines de semana. Sólo los perros, sus propietarios, y unos pocos gaijin (extranjeros) se vislumbran en la arena. No es sólo el mar el que los japoneses se niegan a sí mismos. Las piscinas al aire libre también cierran sus puertas. Cuando les pregunto a las autoridades locales a cargo de la mejor playa de Tokio, Isshiki Beach en Hayama, -calificada por algunos como dentro de las 100 mejores del mundo- la vocera me dice que está cerrado porque «no hace calor y no es verano». Sin embargo, el termómetro marca 28 grados y todos a mi alrededor están sudando bajo el sol. Para alguien como yo, que creció maldiciendo las plomizas nubes del norte de Europa, y acostumbrado a la piel en un tono de azul por la falta de sol, esto parece un desperdicio criminal. Seguramente el calendario por sí solo no es una buena razón para abandonar la posibilidad de sol en una ciudad con la misma latitud que Malta. Mi amigo, Nobuo Sato, todavía vestido en manga de camisa, trata de explicarme. «Básicamente, los japoneses son muy respetuosos de la ley. Se nos ha enseñado a no nadar cuando no hay salvavidas», dice. «Lo mismo pasa con los semáforos. No se ven muchas personas que cruzan con rojo aquí ¿verdad?». Es cierto. Incluso a lo largo de los carriles libres de automóviles del país, la gente tiende a esperar pacientemente a que la señal se ponga verde. Lo que pasa el 1 de septiembre es que los salvavidas se desvanecen, porque las autoridades locales los sacan de las playas y cierran los servicios. Bares y restaurantes atiborrados de gente en el verano son rápidamente desmantelados en septiembre. «Muchos de nosotros somos tan sumisos a la autoridad que nunca vamos a pensar en desafiar el status quo», dice Sato. El adoctrinamiento comienza en la escuela. «Siga las reglas, No sea egoísta, El clavo que sobresale es martillado abajo…» Aprenden que la costumbre decretó hace mucho tiempo que el otoño –tiempo donde no se contempla ir a la playa- regresa a la medianoche del 31 de agosto. Sólo un bárbaro sería tan tonto como para no tener en cuenta el «comportamiento correcto» que se ha establecido a través de generaciones por un amplio consenso. «La mayoría de los japoneses son muy conscientes de las «cuatro estaciones» y lo que es apropiado para cada temporada», me dice Yukiko Oono, una amante de la playa. A menudo se ha dicho que Japón opera a través de estrictas normas sociales para lograr su notable cohesión social y que esta es, en gran parte, la razón de que Japón sea un lugar agradable para vivir. No hay papeleros en las playas, ni en las calles. En general, los japoneses andan con su basura y la botan en sus casas. Sólo un ejemplo de los beneficios positivos de esta cohesión. La fuerza de un «kata» Sin embargo, los japoneses se sienten enjuiciados por el resto del mundo. «Tales presiones sociales hacen que los japoneses parecen excesivamente conformistas ante los ojos occidentales. Parece que hacen todo de forma masiva», dice Timothy Takemoto, creador del blog Japanese Culture (Cultura Japonesa). «Una explicación formulada es el ’factor kata’. Este argumenta que en base a las artes tradicionales, como el karate o la ceremonia del té, los japoneses aprenden una variedad de ’kata’ -esquema o formas apropiadas de comportamiento para una variedad de situaciones- que se aplican en la vida cotidiana», dice. No ir a las p
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