La música aún retumbaba en sus oídos cuando entraron en la habitación del hotel. Ella apretada en su traje de novia, él ataviado de etiqueta. Habían tomado bastante champagne en la fiesta y la enorme cama matrimonial fue el destino inmediato de la pareja. Entre besos, se lanzaron sobre el cubrecamas y comenzaron a desvestirse. La camisa del marido, los zapatos de la mujer, sus prendas cayeron al piso una por una, hasta que llegó la hora del tradicional vestido blanco. Con esmero, él empezó a deshacer los nudos de los cientos de cordones y a desprender los botoncitos que ajustaban el corset al cuerpo de su esposa. Paciente, ella esperó, hasta que se percató de que ya no sentía las manos del marido en su espalda: se había quedado dormido. Con la parte superior del vestido a medio abrir, la mujer salió al pasillo, pidió ayuda a una mucama para que terminara el trabajo, y más tarde regresó a la cama para rendirse al sueño ella también.
Aunque sin revelar los nombres de los protagonistas, la organizadora de eventos Bárbara Diez cuenta divertida la anécdota de uno de sus clientes. Con una amplia trayectoria en el mercado local, la wedding planner asegura que la historia de los esposos que se quedan dormidos en la noche de su casamiento es de lo más común y forma parte de una tendencia que ocurre por lo menos desde la década de los 70.
«Antes los novios se retiraban de la fiesta temprano mientras sus amigos y familiares los despedían, incluso quedaba mal que se quedaran hasta tarde porque eso daba a entender que no tenían apuro para estar juntos», asegura. «Ahora hace años que los novios despiden a sus invitados y son los últimos en irse, quieren quedarse hasta el desayuno», afirma.
El origen: la revolución sexual
El sexólogo Dr. León Gindin sitúa los orígenes de esa transformación en la denominada «revolución sexual», que tuvo lugar entre las décadas del 60 y del 70. «Antes las mujeres llegaban vírgenes al matrimonio, pero hoy es muy raro encontrar jóvenes de 20 a 25 años que no hayan tenido relaciones sexuales», asegura. «Con la aparición de los anticonceptivos femeninos, la libertad de tener sexo dejó de ser castigada por el riesgo de un embarazo no deseado», señala el profesor de sexualidad y salud de la Universidad Abierta Interamericana (UAI).
La vicepresidenta de la Sociedad Argentina de Sexualidad Humana (SASH), Dra. Silvina Valente, concuerda con Gindin, y añade: «Muchas veces el debut sexual no sólo es anterior al casamiento, sino que ni siquiera es con el novio con el que se casan». «Es sabido que ya tienen sexo, lo sabe toda la familia», afirma. Sin embargo, aclara que la costumbre de «llegar virgen al matrimonio» aún persiste en algunas culturas, como las de los gitanos, los judíos y los católicos ortodoxos. «En esos casos, es ideal que las parejas que no se iniciaron tengan charlas de educación sexual para llegar preparados a esa noche», indica.
Casada en 1952, Isadora revela con un tono de picardía en la voz cómo eran las costumbres en esos años previos a la revolución que mencionan los sexólogos: «El noviazgo era de besito va, besito viene, pero la función culminante era distinta», recuerda la ama de casa, que se casó con 23 años recién cumplidos. «Cuando decíamos que íbamos a la noche de bodas, era una aventura, nos imaginábamos qué sensaciones íbamos a tener», confiesa, aunque aclara: «La mayoría funcionábamos así, pero había algunas loquitas que dejaron de ser vírgenes antes».
LA NACION consultó a varios matrimonios que contrajeron nupcias en la década de los cincuenta, y todos coincidieron en que, en esa época, los flamantes esposos solían consumar el matrimonio en la noche de la boda. Ni antes, ni después. «El ajuar era importantísimo, ahora las chicas ni saben lo que es», recuerda Ana, una maestra jubilada que se casó en 1949.
El champagne no los pone mimosos
Todos los expertos consultados coincidieron en que para las mujeres, la razón principal por la que no tienen sexo en la noche de su boda es el agotamiento. La futura esposa se levanta muy temprano y recibe en el hotel al maquillador, al peinador, al pedicuro, al diseñador del vestido; después al fotógrafo para que la tome junto al padre, posa en un video con la madre, recibe a las amigas que la van a visitar, y luego al chofer que la pasa a buscar. Después se casa, come, baila, bebe, y finalmente parte rumbo al hotel.
En cambio, el novio suele estar prácticamente sin hacer nada hasta dos horas antes de la ceremonia religiosa. «El tema es que ellos toman el triple de alcohol que la novia, y no llegan al hotel en las mejores condiciones físicas», afirma Berra. Con aires de estadístico, sentencia: «En el 90 por ciento de los casos, el hombre no tiene chance de concretar la situación».
Fuente: http://www.lanacion.com.ar