Cualquier similitud con la realidad NO es pura coincidencia. Todo comenzó hace dos meses cuando, después de hacer cuentas y ver distintas posibilidades, Luciana T. decidió que iba a tomarse sus vacaciones postergadas. Pagó los pasajes en comodísimas cuotas para viajar a Salvador de Bahía, Brasil, destino cercano, alegre, compañero, a donde no necesitaba llevar pasaporte sino DNI, porque con Argentina son países hermanos y tienen hasta documento del Mercosur.
En el medio comenzaron los anuncios de los cepos a la compra de dólares y a los ahorros en dólares, y los cacerolazos en los barrios porteños más pudientes, bien lejanos, muy lejanos de su realidad, de su casa compartida con amigos en la zona sur de la Ciudad y de sus ahorros austeros.
Supo entonces que también se necesitaba autorización para comprar reales para viajar. Así entró en la página de la AFIP para investigar. Se necesita clave fiscal, que ella ya tenía desde hace años, desde cuando todavía vivía en Misiones, donde nació. Pero no la recordaba. Siguió las indicaciones y entró a la opción “Blanqueo de clave fiscal”. En 10 minutos tenía su clave nueva y la autorización, vía internet, de la compra de sus reales. Faltaba un mes para su viaje. ¡Qué precavida! Pero todavía no sabía que ahí iba a comenzar una peripecia de casi un mes para comprar nada más que 5000 pesos en reales.
Como entonces todavía no tenía toda la plata en mano, sino que contaba con el aguinaldo de julio, esperó. La semana pasada logró sacar el dinero restante del cajero -en partes porque también tiene un tope de extracción-, y se fue con sus 5000 pesos al Banco Nación, porque el cambio es ahí más conveniente que en otros.
Ahí se enteró que ya no se podía adquirirlos sólo con el DNI y la autorización a la que ellos tienen acceso por el sistema, sino que además tenía que llevar impreso el formulario que llenó en la página de la AFIP. Volvió, frustrada. Intentó ingresar a la página con su nueva clave blanqueada hacía dos semanas, pero no pudo. Su nueva clave le daba error.
Se escapó del trabajo y se fue a la sede de la AFIP que está a unas cuadras. Estaban de paro. La chica que atiende en recepción no sabía explicarle nada, así que le dijo que para asesoramientos tenía que ir a la sede de Once. Era viernes, hasta el lunes no se podía hacer nada.
En el medio, se anunció que para comprar dólares se necesita estar bancarizado. Menos mal que sólo quiere algunos reales. Dónde había quedado eso de «compañeros y amigos del Mercosur», pensaba. Habló con un contador amigo de un amigo por lo de la clave. Le dijo que vaya a la sede que corresponde por su domicilio fiscal. ¡Pero su domicilio fiscal está en Misiones!
Lunes. Fue de nuevo a la AFIP, cerca de su laburo, a rogarles para que le den nueva clave, a explicarles que no puede viajar a Misiones ahora, que en dos semanas se va de viaje, que sus vacaciones postergadas, que ese país alegre y compañero… Y consiguió la clave nueva. Otra vez. La tercera.
Volvió al trabajo. Entró a la página de la AFIP con la nueva clave. Le pidieron cambiarla por seguridad. Es la cuarta en tres semanas. Se calmó al ver que su autorización sigue ahí. Todavía la dejaban comprar reales, ¡qué bien!. Imprimió el formulario y la autorización y volvió al Banco Nación. Allí le dijeron que no, que de una semana a la otra ya no se puede comprar así, que para eso tiene que tener una cuenta en el mismo banco. «La puta madre», pensó.
Se fue al Banco Piano. «Ahí siempre cambian», creyó. La atendió un señor en recepción. Se fijó algo en el sistema, le entregó un papel impreso con sus datos fiscales y la mandó al fondo, a una mesa de recepción grande. Fue hasta ahí y volvió a explicar que quería comprar reales, que la mandaron ahí ya no sabía para autorizar qué. El señor se rió: “Te mandaron aquí para que abras una cuenta en el banco, sino no podés comprar”. Ja, qué simpático.
Cruzó a una casa de cambio. Le dijeron que tenía que hacerles una transferencia desde su propia cuenta y que sólo así le podían vender reales, con autorización de AFIP en mano. Se fue al banco donde tiene su cuenta sueldo, sobre todo porque tenía que volver a depositar los 5000 que ya había sacado en partes para poder cambiar. Llegó a la sucursal pero le informaron que en ese banco no tienen moneda extranjera y la mandaron a la Casa Central, frente a la Plaza de Mayo. El quinto banco en una mañana.
Hizo una cola eterna. Después de media hora la atendieron. La cajera estaba desorientada. Le cambiaron las reglas mil veces. Se fijó en el sistema que esté correcta alguna cosa de sus ingresos, luego quiso imprimir, no sabía cómo, era todo nuevo. Se acercó otra persona a ayudarla. Imprimió. Y le dijo, casi susurrando: “¿Segura querés reales? Mirá que te conviene aprovechar y comprar dólares”. ¡Pero Luciana no quería dólares! Quería reales alegres y compañeros, quería sus vacaciones postergadas, ¡nada más!
Dejó su firma, aclaración y DNI como cinco veces. Por segunda vez, explicó por escrito adónde va, en qué fecha y por cuánto tiempo. La cajera transpiraba. Y le vendió poco menos de los 5000 porque no tenía cambio en reales. Antes tuvo que pedir que le llevaran los billetes, porque en su caja no tenía más que dos mangos con cincuenta. “¡Qué quilombo!”, decía cada dos por tres. Y suspiraba. Veinte minutos después le dio el dinero.
La peripecia de Luciana. Por lo menos, que ahora disfrute las merecidas vacaciones, ¿no?
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