Cuando se formuló la llamada teoría de la decisión el siglo pasado, muchos científicos sociales y economistas respiraron tranquilos ante la idea de una fórmula que contempla a las personas como entes capaces de optimizar racionalmente, de valorar los pros y los contras de cada propuesta para quedarnos con la más ventajosa
Tomamos entre 2 mil 500 y 10 mil decisiones al día, señala Kate Douglas en NewScientist. Desde elegir entre cereales o tostada en el desayuno hasta tener o no hijos. Muchas de ellas están motivadas por sentimientos muy difíciles de examinar. Pero incluso las cuestiones más triviales tienen tantos atributos que es complicado sopesarlas tal y como haría un ordenador.
Entramos, pues, en el terreno de los atajos mentales. He aquí unos cuantos: la “heurística del reconocimiento” te empujará a elegir la opción más conocida cuando dispones de poca información; la “heurística de la satisfacción” te empuja a escoger la primera opción que cumple tus expectativas cuando no te conviene retrasar la elección; el “sesgo de confirmación” apunta a nuestra tendencia a dar más peso a algo que confirme lo que ya creíamos; la “aversión a la pérdida” destaca que sienta peor perder algo que ganar la cantidad equivalente; con el “efecto ancla” nos influye, por ejemplo, el precio astronómico que nos piden inicialmente por una vivienda, o los descuentos de las rebajas.
Dicho lo cual, ¿cómo no naufragar en el mar de dudas? Joaquín Pardo, profesor de psicopatología en la Universidad LaSalle, señala que lo fundamental es aclarar cuáles son los valores que rigen nuestra vida. “Ser consciente de qué es lo que está moviendo mis acciones es primordial, porque el valor es lo que nos empuja a actuar”, indica Pardo. Cuando uno ya se ha decantado por una opción, es importante seguir adelante con ella.
Para clarificar tus valores, el profesor recomienda las terapias de aceptación y compromiso. Otra opción, indicada en estas fechas veraniegas, es retirarse un tiempo para salir de lo cotidiano y dedicar tiempo a reflexionar sobre lo que de verdad queremos. La tercera opción que propone Pardo es imaginar que uno ha llegado al final de sus días, y hacerse la pregunta de qué le gustaría hacer si este fuera su último año por vivir.
Nadie puede tomar decisiones por ti, por supuesto. Pero listas como las que propone Ángel González “Hasta los más reacios a los cambios están siendo empujados a elegir entre diferentes opciones en estos tiempos de grandes cambios”, señala el autor. “Muchas personas no se sienten a gusto consigo mismas porque sólo toman decisiones que tienen que ver con las pequeñas cosas. En cambio, no reflexionan sobre las grandes cuestiones y acaban viviendo la vida que les marcan los otros”, añade.
La paradoja es que la posibilidad de elegir puede ser enemiga de la felicidad. Dan Gilbert, profesor de psicología en Harvard demuestra en sus investigaciones cómo el hecho de tener más opciones generalmente contribuye a que decrezca nuestro nivel de felicidad.
Esta variedad de opciones que muchas personas continúan teniendo hoy en los países desarrollados conduce a que nos quedemos mirando fuera de nosotros a la espera de la siguiente cosa que nos suceda, la próxima novedad sobre la que elegir. Perdemos así el contacto con esa parte de nosotros que sabe lo que deseamos y valoramos independientemente de lo que ocurra alrededor. Y en ese momento, se desata el conflicto. ¿Pero acaso existe la decisión perfecta? “Es una tontería pensar que siempre vas a acertar. Lo que un día fue una decisión adecuada puede dejar de serlo con el tiempo. Por ejemplo: en una relación de pareja, cambia uno de los dos y me deja de compensar”, señala Pardo. “Plantearme que no me voy a equivocar es un objetivo loco”.
Fuente: http://www.vanguardia.com.mx