El sitio especializado italiano Chiesa.it se hace eco de la polémica que tuvo como escenario un congreso organizado en Roma en conmemoración de la apertura, hace 50 años, del Concilio Vaticano II que hasta hoy sigue dividiendo aguas entre quienes lo ven como una reforma y quienes lo interpretan como una ruptura. Un punto de discordia es el del pecado original que los círculos católicos progresistas tienden a negar y a tratar como un “mito”. ¿Qué dice el Vaticano? Este artículo lo responde y, curiosamente, cita un discurso de Barack Obama, en el cual el presidente estadounidense se coloca en línea con la doctrina católica…
A continuación, el artículo de Chiesa.it:
Quién rechaza el pecado original
[…] Es sintomático lo que ha sucedido en Roma el pasado 15 de septiembre en un congreso que conmemoraba el Vaticano II, en el que han participado un millar de personas en representación de más cien realidades de la izquierda católica italiana.
En ese congreso, titulado “Iglesia de todos, Iglesia de los pobres”, una de las intervenciones ha estado a cargo de Raniero La Valle, figura eminente de la izquierda católica, que en la época del Concilio dirigía uno de los principales periódicos católicos italianos, L’Avvenire d’Italia, publicado en Bolonia por el cardenal Giacomo Lercaro.
En su intervención, La Valle ha dicho que «en su narración de la fe, el Concilio no ha propuesto de nuevo la doctrina punitiva del pecado original, en la forma como se presenta en los catecismos; esta doctrina estaba en el esquema preparatorio de la comisión doctrinal, pero el Concilio la soslayó». Y esto «no es un olvido, es una hermenéutica».
Para La Valle resulta «evidente cómo el Concilio, obviando el mito del paraíso terrenal, se ha puesto a la escucha del ‘sensus fidei’ del pueblo de Dios». Según él, desde los años del Concilio el pueblo cristiano le habría dado la espalda al dogma sobre la realidad del pecado original, cosa que en cambio no habría hecho «el sucesivo Catecismo de la Iglesia Católica de 1992», el cual «vuelve a exhumar esa doctrina, signo de una jerarquía resistente al Vaticano II».
La idiosincrasia respecto al dogma del pecado original está más bien difundida en el mundo católico progresista, de manera más o menos evidente. Basta pensar en el caso de Vito Mancuso, que lo rechaza drásticamente en cuanto sería, según él, «un auténtico monstruo especulativo y espiritual, el cáncer que Agustín ha dejado en herencia a Occidente».
El Agustín citado por Mancuso obviamente no es un autor cualquiera, sino el padre y doctor de la Iglesia, autor de «Las Confesiones», al que se debe la definición del pecado original como «felix culpa, quae talem ac tantum meruit habere Redemptorem» (“ Oh, culpa divina, que merece un redentor tan grande”) definición que también en la liturgias postconciliares resuena en todas las iglesias del mundo en la vigilia pascual, cuando se canta el Exultet.
También se puede pensar en el prior de Bose, el hermano Enzo Bianchi, para el cual «el pecado original no consiste en un acto de Adán y Eva que ha causado la ruina de todos nosotros, sino en el hecho que cada uno de nosotros, llegando a la vida, descubre que el mal está ya presente en la escena de la vida, en sus relaciones con las cosas y los otros» (así en «AIDS, malattia e guarigione», («SIDA, enfermedad y cura», Edizioni Qiqajon, 1995, p. 14). O que en una entrevista a «La Repubblica» del 3 de mayo del 2000, tras haber llamado “mito” al pecado original, continuaba: “Pero hoy ninguna Iglesia cristiana ve en la historia de Adán y Eva el motor de un mecanismo perverso por el cual el pecado se hereda sin culpa ninguna”.
En realidad el Catecismo de la Iglesia Católica de 1992 habla de la «realidad del pecado… de los orígenes» (par. 387). Y confirma: “Adán y Eva transmitieron a su descendencia la naturaleza humana herida por su primer pecado, privada por tanto de la santidad y la justicia originales. Esta privación es llamada ‘pecado original'» (par. 417).
El catecismo de 1992 es fruto del pontificado de Juan Pablo II. Surgió de la petición hecha por los padres que participaron en el Sínodo de los Obispos de 1985, dedicado justamente al Concilio Vaticano II y que fue redactado bajo la guía de una comisión presidida por el entonces cardenal Joseph Ratzinger.
Pero sobre la doctrina del pecado original, no obstante la objeción de La Valle, el Catecismo no se apoyó exclusivamente en el magisterio preconciliar. El dogma del pecado original, de hecho, es recordado en uno de los actos más solemnes realizados por Pablo VI, el «Credo del pueblo de Dios», en cuya redacción tuvo un papel no secundario una personalidad como la de Jacques Maritain (ver El Credo de Pablo VI. Quién lo escribió y por qué).
Efectivamente, en el parágrafo 419 del Catecismo se cita justamente el n. 16 del «Credo del pueblo de Dios» para afirmar: «Mantenemos, pues, siguiendo el Concilio de Trento, que el pecado original se transmite, juntamente con la naturaleza humana, ‘por propagación, no por imitación’, y que se halla ‘como propio en cada uno'».
Es verdad que en las actas del Concilio Vaticano II no está la locución “pecado original”. Pero el mismo Pablo VI ha respondido a esta objeción en un discurso citado en una nota en el Catecismo de 1992. Se trata de un discurso pronunciado el 11 de julio de 1966 ante los participantes a un simposio sobre el pecado original que se celebraba en Roma en esos días. En él, el Papa Giovanni Battista Montini responde precisamente a esa objeción que aún hoy tiene eco, como se ha visto, en círculos pertenecientes más a ciertos intelectuales católicos que al simple pueblo de Dios.
Tras haber citado y comentado párrafos de las constituciones conciliares «Lumen gentium» y «Gaudium et spes», Pablo VI escribió: «Como aparece claro por estos textos, que hemos creído oportuno recordar, el Concilio Vaticano II no ha pretendido profundizar y completar la doctrina católica sobre el pecado original, ya suficientemente declarada y definida en los Concilios de Cartago (a. 418), de Orange (a. 529) y de Trento (a. 1546). El Vaticano II ha querido solamente confirmarla y aplicarla según lo que exigían sus objetivos, sobre todo pastorales».
En lo que concierne a Benedicto XVI, éste ha insistido varias veces sobre la realidad «de aquello a lo que la Iglesia llama pecado original», contra los «muchos» que «piensan que no habría ya lugar para la doctrina de un primer pecado, que después se difundiría en toda la historia de la humanidad».
En especial, el Papa Joseph Ratzinger ha dedicado al pecado original dos audiencias del miércoles consecutivas, las del 3 y el 10 de diciembre de 2008. (Ver Y se hizo la noche. La verdadera historia del pecado original)
Se puede añadir que, curiosamente, la doctrina del pecado original no encuentra defensores sólo en Papas como Pablo VI, Juan Pablo II o Benedicto XVI. A ella se ha referido recientemente un no católico especialmente amado por los círculos progresistas de todo el mundo, un personaje seguramente insospechable de simpatías preconciliares.
Se trata del presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, en su célebre discurso del 2009 en la Notre Dame University que le hizo merecedor, justamente por esta referencia, de los elogios del teólogo emérito de la casa pontificia, el cardenal Georges Cottier en un artículo titulado La política, la moral y el pecado original.
Obama toma como punto de partida un dato que la tradición cristiana siempre ha reconocido y tomado en consideración: las consecuencias del pecado original: “Parte del problema está en las imperfecciones del hombre, en nuestro egoísmo, en nuestro orgullo, en nuestra obstinación, en nuestra avidez, en nuestras inseguridades, en nuestros egoísmos: todas nuestras crueldades grandes y pequeñas que en la tradición cristiana se entienden arraigadas en el pecado original”.
Fuente: http://america.infobae.com/