«Es la vida un dolor en que se empieza el de la muerte, que dura mientras dura ella», señaló una vez el escritor español Francisco de Quevedo y Villegas (1580-1645), dando a entender que las sensaciones de desagrado o aflicción más o menos severos, son la regla y no la excepción en la existencia humana.
En su sabia reflexión, el genial prosista y poeta autor de «La vida del Buscón», no diferencia el dolor físico, aquel que se alivia con fármacos analgésicos, anestésicos y anti-inflamatorios, del dolor psicológico y emocional, ese dolor del alma, que se produce por la pérdida de un ser querido y que a veces se calma con un beso, un abrazo o las palabras de un psicólogo o un amigo.
Ahora la ciencia ha venido a darle la razón al ocurrente Quevedo, al descubrir que el dolor físico y los sentimientos intensos de rechazo social producen el mismo ‘daño’ al activar las mismas regiones cerebrales.
El estudio, realizado por investigadores de la Universidad de Michigan (UMICH) en Ann Arbor, en Estados Unidos, demuestra que las mismas regiones del cerebro que entran en actividad como respuesta a las experiencias sensoriales dolorosas se activan durante las experiencias intensas de rechazo social.
«Derramarse encima una taza de café caliente, y pensar acerca de cuánto se sintió el rechazo al mirar la fotografía de una persona con la que se haya experimentado recientemente la ruptura de una relación, al parecer, causan tipos de dolor muy diferentes. Pero esas penurias pueden ser más similares de lo que pensamos», según el psicólogo social de la Universidad de Michigan, Ethan Cross, autor principal del trabajo.
Aunque otros estudios anteriores han demostrado que las mismas regiones del cerebro sustentan los sentimientos emocionalmente penosos que acompañan la experiencia, tanto del dolor físico como del rechazo social, el estudio UMICH ha establecido que existe una superposición neural entre estas dos experiencias en las regiones del cerebro, que se tornan activas cuando las personas experimentan sensaciones dolorosas en su cuerpo.
Estas regiones son la corteza somato-sensorial secundaria y la ínsula dorsal posterior, según el doctor Cross.
Los investigadores reclutaron a 40 personas que experimentaron la quiebra de una relación romántica en los últimos seis meses, y que pensar en su experiencia de la ruptura los llevaba a sentirse intensamente rechazados.
Cada participante completó dos tareas, una relacionada con sus sentimientos de rechazo y la otra acerca de sus sensaciones de dolor físico, mientras era sometido a escáneres de Imagen por Resonancia Magnética funcionales (fMRI por su sigla en inglés).
DOLOR DEL ALMA, DOLOR DEL CUERPO.
Durante la tarea de rechazo, los participantes vieron una foto de su ex pareja y pensaron acerca de cómo se sintieron durante la experiencia de la ruptura, o miraron una foto de un amigo y pensaron acerca de una experiencia positiva reciente con esa persona.
Durante la tarea de dolor físico, se les sujetó al antebrazo un artefacto térmico, que en algunas pruebas suministró un estímulo doloroso pero tolerable similar a cuando se tiene en la mano una taza de café caliente, y en otras pruebas proporcionó un estímulo cálido pero no doloroso.
«Encontramos que los fuertes sentimientos de rechazo social activan las regiones del cerebro que están involucradas en la sensación del dolor físico», ha señalado Cross.
Si el rechazo produce dolor, el amor parece calmarlo, de acuerdo a otra investigación de la Escuela de Medicina de la Universidad de Stanford, en California (Estados Unidos), que ha comprobado que los sentimientos de amor apasionado pueden aliviar el dolor con la misma eficacia que los analgésicos e incluso que algunas drogas ilegales, como la cocaína.
Este fenómeno es posible porque el amor intenso activa las mismas regiones del cerebro donde actúan los medicamentos destinados a calmar el dolor: el sistema de recompensa cerebral, que es el encargado de generar recompensas bioquímicas ante determinados estímulos que recibe la persona.
«En los sistemas de recompensa se genera la dopamina, una hormona y a la vez un neurotransmisor (mensajero químico que intercomunica las células nerviosas) que influye en nuestro estado de ánimo, en nuestra gratificación y en nuestra motivación», explica el investigador médico Sean Mackey, que ha dirigido el estudio de Stanford.
Según el doctor Mackey.»Cuando las personas se encuentran en la fase del amor más apasionada existen alteraciones significativas en su estado de ánimo que impactan sobre su experiencia del dolor».
En sus experimentos participaron quince estudiantes universitarios (ocho mujeres y siete hombres) «perdidamente enamorados», que estaban en las primeras etapas de sus respectivas relaciones de pareja. En esta fase de enamoramiento, la gente se sienten eufórica, con mucha energía, piensa continuamente en el ser amado y anhela estar con ella o él.
Su actividad cerebral fue registrada mediante una tecnología de diagnóstico por imagen denominada resonancia magnética funcional (fMRI), mientras observaban fotos de sus parejas actuales y a la vez eran expuestos a una sensación de dolor suave. Así, los científicos comprobaron que la visión del ser amado, generaba un alivio en el dolor físico.
CREER EN DIOS ES ANALGÉSICO.
Además de los estudio de la UMICH y Stanford, otras investigaciones han descubierto sorprendentes vínculos entre la aparición o el alivio de las sensaciones dolorosas y determinadas experiencias emocionales, psicológicas o espirituales.
Las personas que tienen creencias religiosas pueden resistir más el dolor, según un equipo de científicos de la Universidad de Oxford, en el Reino Unido, que ha realizado escáneres cerebrales a una serie de individuos que fueron sometidos a choques eléctricos después de observar imágenes religiosas.
El trabajo, en el que participaron dos grupos de personas, uno de creyentes católicos que profesan una gran devoción, y otro de ateos y agnósticos, consistió en mostrarles una pintura de la virgen María del artista italiano Sassoferrato o el retrato de La Dama con Armiño, de Leonardo da Vinci.
Después de mirar alguna de las imágenes durante medio minuto, los participantes recibían descargas eléctricas durante 12 segundos y debían calificar el nivel de dolor que les ocasionaban.
Los católicos creyentes y los agnósticos registraron niveles similares de dolor después de ver la pintura de Leonardo, pero los primeros experimentaron un 12 por ciento menos dolor después de que observaron la imagen de la Virgen María.
Cuando fueron comparados los escáneres cerebrales de ambos grupos, se comprobó que cuando los creyentes veían a la Virgen se activaba en sus cerebros un área denominada «corteza prefrontal ventrolateral derecha» que suprime las reacciones a situaciones que son amenazantes y está relacionada con la regulación del dolor y la valoración de los estímulos emocionales.
Los investigadores descartan que este «efecto analgésico» se deba a una religión en particular, y creen que esa capacidad de controlar el dolor también se puede conseguir por medio de meditación u otras estrategias psicológicas.
Fuente: EFE