Desde la mirada del Coaching, la declaración del «No» es un tema muy importante y esencial, ya que no todos tenemos a mano estas dos simples letras todo el tiempo. Rafael Echeverría dice en su libro, Ontología del Lenguaje: «Cada vez que debamos decir ‘NO’ y no lo digamos, veremos nuestra dignidad comprometida». En otras palabras, es como si vendiéramos el alma o nuestros más altos principios al bajo precio de alguna necesidad mundana. Y esto, créanme, ¡duele!
A modo de ejemplo, permítanme contarles este caso. Hace cuatro años atrás, me asocié con un amigo para montar un negocio. No llegó a cumplirse un año y ya estábamos teniendo problemas de comunicación y vivíamos una difícil convivencia laboral. En ese momento, decidí tomar distancia y desvincularme de dicha sociedad, pero esa idea nunca llegó a concretarse en la práctica, ya que nunca tuve el coraje de decir «NO» con la fuerza suficiente para que reflejara lo que yo sentía en el corazón y le pusiera un punto final a ese negocio. Ya han pasado cuatro años y la factura por no haber dicho lo que tenía que decir en aquel momento, me llega hoy, en forma de deudas a nivel material, y de angustia y preocupación a nivel emocional.
Sí, el tiempo y la distancia hace que todo se vea más claro y hoy siento que si hubiera dicho que no en ese momento, todo hubiera sido distinto. Pero ¿de qué sirve culparnos de esta manera? ¿Soluciona algo? Una amiga muy sabia me decía al respecto: «No podés culparte por las decisiones que tomaste en el pasado con la madurez y experiencia que tenés en el presente. Lo que hiciste en ese momento fue lo que creiste mejor y debés aceptarlo».
Estas mágicas palabras no sólo calmaron mi sed de autocastigo, sino que me llevaron a verme con compasión y querer aprender de la situación y preguntarme: ¿Por qué no pude decir que no? ¿Qué estaba en juego, qué estaba protegiendo?
Todos los seres humanos tenemos derechos y uno de los principales es la libertad, el poder elegir qué es lo que queremos para nuestra vida y desde qué valores queremos vivirla. El problema radica en pensar que, por alguna razón, no nos merecemos ser libres. Entonces, la invitación que les hago, es a que se paren firmes con sus pies en la tierra y con amor digan: ¡Basta! ¡Estos son mis límites!¡No!
Al principio nos va a generar cierta incomodidad, y eso es normal, ya que quizás nunca hemos usado esta declaración y nuestro cuerpo tampoco la tiene aprendida. Debemos entonces tener autocompasión y declararnos aprendices en este nuevo terreno emocional e ir paso por paso, sin apuro y con paciencia. Un buen comienzo podría ser pedir ayuda. Dejar que otro sea el que diga «No» por nosotros, hasta que aprendamos nosotros mismos a hacerlo solos.
Como dice Rafael Echeverría, «cuando somos capaces de decir que no, fortalecemos nuestras voluntad y nos damos cuenta que tenemos el poder para crear nuestra realidad, abriendo o cerrando puertas de oportunidades».
Fuente: http://www.entremujeres.com/