Reinaba la armonía el otro día en un episodio de “Supernanny” cuando la estrella solucionó, en un dos por tres, el eterno dolor de cabeza de muchas madres en todo el mundo: hacer que los hijos colaboren con los quehaceres del hogar.
La institutriz británica, quien en su programa de televisión va de casa en casa ayudando a solucionar problemas de mala crianza, logró que una jauría de niños sacara la basura, guardara sus juguetes y demás con una simple pecera, papelitos pegados a peces de plástico y unas cuantas cañas de pescar con imanes en vez de anzuelos. Después de pescar un pececito de color, cada pequeño leyó su tarea del día en el papelito adjunto y se puso manos a la obra, sin chistar. ¡Mis amigas madres y yo no podíamos creerlo!
“Vamos a ver cuánto dura”, comentó con una mueca mi amiga Jeanette, quien, como yo, es veterana de las brillantes ideas de crianza que eventualmente se van por la borda.
Alguna vez ella también depositó toda su confianza en el afiche pegado a la refrigeradora, que les asignaba a sus hijos simples tareas como alimentar al perro, guardar su ropa limpia y cambiar el rollo de papel higiénico. Usó stickers, ofreció recompensas y regaló palabras de aliento, aunque invariablemente sin éxito. Un día hasta recurrió a la conocida técnica que mamás desesperadas de todas partes creen es invención propia: la bolsa de basura. “Despídanse de todo lo que está regado por el piso, ya que si no desaparece en diez minutos, no lo van a volver a ver”, amenazó. No es que Jeanette sea mala madre, ni mucho menos. Simplemente, como todas nosotras, llega al borde de la locura cuando sus hijos no cooperan.
Sí, con la ayuda de Barney y su cancioncita “Clean up, clean up, everybody clean up”, alguna vez logramos que nuestros pequeños apreciaran el valor de la colaboración, reconocieran que una no es esclava y valoraran nuestros esfuerzos por hacerlos personas ordenadas y de bien. Pero pronto se avivaron. Y cientos de pataletas, frustraciones y amenazas después, nos encontramos en el mismo dilema.
Les pregunté a varias amigas si alguna había encontrado la fórmula mágica. Me temo que la respuesta más común no dice mucho sobre la naturaleza del ser humano: chantajearlos. “¿Dices que quieres salir a jugar? Ordena entonces antes el laberinto de tu habitación. ¿Deseas un poco de pastel? No antes de que vacíes la lavadora de platos. ¿Te invitó fulana al cine? Primero rastrilla hojas por media hora en el jardín”. Cuánto más inminente el incentivo, más eficiente la técnica.
Creo que la Supernanny no se ofenderá si digo que es básicamente lo que ella recomienda: ofrecer recompensas por buenas obras. Cree firmemente en ello, a juzgar por su sitio de Internet, que ofrece los benditos cuadros de conducta para diversas edades, además de consejos, como dejar que los niños mayores escojan el premio, que, por ejemplo, puede ser tiempo a solas con mamá y papá. Solo que no creo que eso funcione en mi casa: con mucha suerte y viento a favor lograré que pateen la ropa sucia un paso más cerca de su destino.
Pero no se desalienten, mis queridas madres. Hace poco logré mi cometido. Eso sí, me vi forzada a tomar medidas drásticas: recurrí a las mismas armas que usan mis chicos.
“En 22 minutos hago inspección”, les escribí en un mensaje de texto desde la cocina. “Si su habitación no está ordenada, les quito el celular una hora”. Realmente fue milagroso. Mejor que cualquier consejo de experto, jueguito o cancioncita.
Fuente: http://serpadres.com/