Cuando cumplió los 21, Teresa le dijo a su madre que quería ser monja. «Entré a la congregación buscando un amor más pleno y un servicio a la gente», dice ahora, más de 30 años después de aquella decisión. El convento que la albergó por 16 años está en Rosario, la ciudad donde ella nació y de la que se vino una vez que abandonó los hábitos. «No es fácil reinsertarse en la sociedad, tener un trabajo. La condena social es mucha. Por eso estoy en Buenos Aires».
En esta entrevista con LA NACION, Teresa reconoce que aún hoy, con 53 años y todo el camino que ha recorrido, le cuesta nombrarse lesbiana. «Fueron muchos años de represión, terribles para mí. La sexualidad era algo de lo que no se hablaba ni se pensaba», dice. Por eso es que si bien su malestar crecía dentro de la congregación -por éstas y otras razones- nunca pudo conversar sobre este tema con nadie.
Una vez afuera, convivió durante 8 años con otra ex religiosa. Sin embargo, tampoco ese fue un espacio de libertad en lo sexual. «Hacíamos todo juntas. Cine, salidas, vacaciones. Eramos una pareja, sólo que sin contacto sexual. Nunca se hablaba de ese tema». Teresa ahora reconoce que trasladó la represión del convento a su casa. Los votos de pobreza, castidad y obediencia de los que ya la había dispensado el Vaticano, en ella permanecían intactos.
Un día de 2009 empezó a rondarla una pregunta: por qué estoy sola. Entonces, decidió dejar de huir de sí y de sus seres queridos. Volvió a Rosario. Visitó a su familia y buscó a sus antiguas amistades. Una de ellas, Amalia, su amiga inseparable de la adolescencia, que la recibió con una confesión: le contó que era lesbiana. Pasaron unos meses, la relación con ella se intensificó y volvieron a ser las mismas jovencitas enamoradas -ahora sí lo supieron- de la época del secundario.
Con ella, por fin, asumió su historia: pudo reconocer que le gustaban las mujeres. Ahora, lo grafica así: «Cuando empecé mi relación con Amalia sonó la campana del recreo, como que durante mucho tiempo estuve en clases y ahí empecé a liberarme de las presiones».
Una de las instituciones que la ayudó fue la ONG Puerta Abierta, donde participa de un grupo de reflexión para mujeres lesbianas, el lugar en el que Teresa se siente contenida y, a la vez, libre de ser quien es.
– ¿Cómo es tu vida hoy?
– Yo dejé de participar activamente en la Iglesia en 2009. Salí de la congregación a fines del 96, pero seguí vinculada a la institución e incluso trabajé en colegios religiosos. Pero tuve una desilusión muy grande. Dejé la congregación más que nada por eso, porque me di cuenta de que todos los ideales de mis 21 años, eran sólo eso, ideales; la realidad era otra.
– ¿Qué te defraudó?
– La Iglesia tiene mucha teoría. Pero esta no es la iglesia de Jesús: él no dejaba al margen a nadie, recibía a todos y buscaba realmente el bien de la gente. Yo cuando entré lo hice buscando un amor más pleno y un servicio a la gente. Entré por eso. Esperé hasta los 21 años porque era mayor de edad: antes mi madre no me hubiera dejado.
– ¿Ya te gustaban las chicas cuando entraste?
– No, incluso la mujer con la que salí los últimos tres años fue una amiga mía de la adolescencia. Nosotras nunca nos habíamos dado cuenta antes, pero nuestros amigos sí. La relación con esta mujer, Amalia, empezó en 2009 cuando yo volví a mi ciudad, de donde soy, Rosario. La busqué porque había sido una amistad muy significativa para mí, incluso habíamos estado trabajando juntas en la parroquia en la adolescencia. Me invitó a comer, me contó que era lesbiana, que lo había descubierto a los 18 ó 19 años, pero que no me lo había contado porque me veía muy cerrada.
– ¿Cómo te sentiste?
– Para mi fue una felicidad haberme reencontrado con esta persona a la que había querido tanto. Después ella empezó a viajar a Buenos Aires por trabajo, me empezó a ayudar con un tema médico. Ella hizo un trabajo de acercamiento; me empecé a sentir querida y también que había alguien a quien yo podía querer, con la que podía comunicarme. Y se fue dando. Al tiempo me sentí enamorada, con una conexión muy profunda.
– ¿Esa fue tu primera relación homosexual?
– Antes de encontrarla a ella yo ya había tenido una relación de pareja encubierta con otra persona. Cuando salí de la congregación conviví durante ocho años con una amiga. Las dos habíamos sido monjas y teníamos una relación afectiva muy cercana. O sea, era como una pareja pero sin relaciones sexuales. De ese tema no se hablaba, no nos animábamos. Había una relación muy íntima pero muchísima represión.
– ¿En tu caso cómo fue?
– Yo asumí el voto de pobreza, castidad y obediencia y lo cumplí. Tenía metido el tema de sublimar lo sexual. Tenía amistades, me sentía con afinidades especiales, pero nada más. Dentro de la vida religiosa siempre se intenta que no haya amistades particulares, porque dicen que al amor se lo tenés que dar a todos. Si te vinculás más con alguien es como que no es bueno para tu crecimiento afectivo. Eso te dicen, la realidad no es así. Hay millones de relaciones particulares. Yo fui muy idealista y hay muchas cosas que no quise ver. Había muchas relaciones que no sé si llegaron a ser de lesbianas, pero eran mujeres que estaban siempre juntas.
– ¿Eso te alejó de la congregación?
– Veía muchas cosas que no me gustaban, que no funcionaban. No sólo en este nivel de lo sexual, sino en el nivel de vida. Por ejemplo, amamos a todos pero en definitiva no nos comprometemos con nadie: me importa de mi misma, de mis cosas, de estudiar. Hago voto de pobreza, pero la pobreza no existe en el convento. Yo soy una persona de familia humilde y cuando entré tenía muchas más cosas que en mi casa. La seguridad que hay adentro también es impresionante: seguridad en lo laboral, en lo económico, en salud, en educación, tenés asegurada la ancianidad. Todo eso me defraudó.
– ¿Sentís que te enamoraste alguna vez estando ahí?
– Tenía amigas, apegos afectivos. Sentía que quería mucho a algunas de las hermanas, pero había muchísima represión. Nunca pude decir nada. Eran amistades, teníamos muy bien vínculo, pero nunca tuvimos sexo.
– ¿Conversabas de esto con alguien?
– No, jamás, jamás. Nunca se habló del tema de la homosexualidad.
– ¿Por qué?
– Y.porque para la Iglesia la homosexualidad es una enfermedad.
– ¿Cómo fue tu salida?
– Estuve 16 años en la congregación, de los 21 a los 37. Me fui porque me sentía muy mal, porque eso no era lo que yo quería. Si bien yo había hecho los votos perpetuos, hasta la muerte; luego la dispensa me la dio el Papa. Ahí me liberaron de los votos.
– ¿Te castigan por eso?
– No, la que te castiga es la sociedad, porque es muy difícil reinsertarse. Estás mitad adentro y mitad afuera. Además te quedás en la calle, no tenés nada. Yo volví a la casa de mi mamá. Los que salen porque tienen un plan capaz es distinto. En cambio, yo me fui porque a mi la estructura, la institución me asfixiaba. Pero yo quería seguir trabajando por la gente.
– ¿De qué trabajaste después?
– Hice el profesorado de Ciencias Religiosas cuando estaba adentro, pero no lo terminé porque siempre fui de trabajar mucho en todas las comunidades en donde fui. Ese fue un error de mi parte. En mi congregación las hermanas acumulaban títulos: profesora, licenciada, doctora. Eso me decepcionó mucho, porque no entré ahí para acumular títulos y tener honores dentro de la comunidad. Yo trabajé mucho y nunca me preocupé, porque no pensaba salir de la congregación. Si después pude salir adelante fue gracias a mi capacidad: trabajé en catequesis, pastoral, luego en Buenos Aires, en la parte administrativa.
– ¿Por qué te mudaste a Buenos Aires?
– Me vine porque allá era muy difícil reinsertarse. Al decir que había sido religiosa nadie me daba trabajo.
– ¿Acá fue distinto?
– Sí. Entré en un colegio donde tenía religiosas amigas. Luego me fui a otro, también religioso, y ahí tuve un cargo importante. Ahora trabajo en un colegio privado laico como responsable de la administración.
– ¿Cómo estás ahora?
– Desde que empecé con Amalia sonó la campana del recreo, como que durante mucho tiempo estuve en clases y ahí empecé a liberarme de las presiones. Ahora no estamos juntas, pero mi vida ya es más parecida a lo que yo quiero para mí. Aún me falta: me doy cuenta de que usar la palabra lesbiana, en muchos momentos, me cuesta horrores. Tengo miedo de ser rechazada. Pero hay que seguir trabajando. Hace recién tres años que empecé a despertarme.
(*) Teresa es un nombre de referencia; la persona que dio el testimonio pidió preservar su identidad
Fuente: www.lanacion.com.ar